En su oda a esta ciudad, Pablo Neruda la describió así: "Valparaíso, qué disparate eres, qué loco, puerto loco, qué cabeza con cerros, desgreñada, no acabas de peinarte, nunca tuviste tiempo de vestirte, siempre te soprendió la vida, te despertó la muerte en camisa."
Este lugar sería nuestra primera parada antes de partir hacia el norte de Chile. Deshicimos el camino del día anterior, cogiendo el metro de nuevo hasta Pajaritos para evitar el tráfico del centro. Allí cogimos nuestro primer autobús chileno, muy confortable por cierto y con una pantalla de información para los pasajeros en la que indica, además del santoral del día, el nombre del conductor (para controlar que no sobrepasa las 5 horas de conducción que marca la legislación) y la velocidad a la que se circula, emitiendo un pitido cuando si se sobrepasa el límite.
Compramos billetes en el primero que sale (Pullman, 3400 CLP, a las 9:50). En poco menos de hora y media estamos en la estación de autobús de Valparaíso. Preguntamos por el autobús nocturno a La Serena. En varias compañías no quedan asientos pero conseguimos dos con Romaní, a las 22:40 (8000 CLP). Amablemente nos guardaron las mochilas en su oficina.
Teníamos toda la jornada por delante, subiendo y bajando, para descubrir la ciudad, que nos depararía sorpresas inesperadas.